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dijous, 31 de gener del 2008

TODO ACABARÁ BIEN... SI FUESE BIEN (Capítulo III)





CAPÍTULO III

Han pasado unas cuantas horas y ya se ha hecho de día. Es casi mediodía, sobre las doce menos cuarto. Jarvis y Judy estaban dormidos, profundamente, tapados con las sábanas hasta los hombros. Pero parecía un sueño plácido, al tener ambos una especie de sonrisilla en el rostro.
El chico fue el primero en despertarse, ó mejor dicho, en medio abrir los ojos, despertando poco a poco, pero de una manera tan lenta que parecía una de aquellas escenas a cámara lenta de las películas de Sam Peckinpah. No tenía ni ganas de despertarse. Aun querría dormir unas cuantas horas más. Además, tenía algo de resaca de la noche anterior, consistente en el champán ingerido, aunque también de las sesiones de amor con Judy. La segunda, eso sí, fue más apasionada que la primera, ya que al tardar él más en eyacular, duró más el esfuerzo hecho en una sesión amatoria casi de proporciones olímpicas.
Aun así, quería levantarse. Al menos por que la luz del Sol empezaba a entrar demasiado por la ventana y emitía una refracción por toda la habitación que no le dejaba pegar ojo, y que, aun con los ojos bien cerrados, le deslumbraba. Giró la cabeza hacía detrás de él y vio a Judy, que dormía tranquila. Ella no tendría problemas con la luz, ya que estaba justo en dirección contraria a ella, y las paredes de la habitación, ahí, con papel pintado de color azulado, no reflejan demasiado la luz.
Se levantó de la cama, desnudo, y se acercó a la ventana, para correr un poco las cortinas. Antes quiso observar un poco el panorama de la calle que se ve desde allí. Se quedó un momento quieto, mirando ese panorama. Veía, entre otras cosas, que el cielo empezaba a nublarse, pese al Sol radiante. Se tocó un poco la frente con la mano y notó que tenía algo de resaca del día anterior, fruto de la mezcla, como dijimos antes, de champán y sexo. Pero parecía que no le importaba, ya que había ligado con una chica estupenda como Judy Raines. Le daba ánimos, además, de que su ligue estuviera ahí con él, en la cama, a pocos metros. Se volvió hacía la cama, pero de pronto, casi pega literalmente un bote hacía el techo.
--¡Ostras! –exclamó, hablando bajo y entre dientes--. ¡Me olvidé de tomarme el caramelo de eucalipto, para no matar moscas con mi aliento de las mañanas!
Eso era algo que le aterraba y que le obsesionaba: que no se le notase el aliento cuando éste no era de olor agradable, sobre todo al despertarse. Por ello siempre lleva encima un buen cargamento de caramelos ó de chicles, que siempre le vienen bien para ello. Cuando besaba a alguna chica, tenía algo de eso en la boca, a buen recaudo. Y siempre tenía para reponer.
Los encontró en la mesita de noche. Se tomó rápidamente un caramelo. Resuelta la “recarga” del chicle, ya pudo acercarse de nuevo, y con más confianza, a donde dormía su chica. Se sentó en el borde de la cama, pero no en el que dormía él, sino en donde dormía ella. Se la quedó mirando. Ella, como si nada: durmiendo como una niña pequeña, con un aspecto de felicidad. Él, mientras la miraba, recordaba que cuando era todavía un niño, con 14 años, y que aun no había empezado a tener deseo sexual, ó que aun no sabía qué era eso, es decir, el sentirse atraído por las chicas, había tenido algo parecido a lo que sienten los homosexuales, es decir, sentirse atraídos por los chicos. Pero ahora, con los años, ya sabe que eso es natural, que muchos hombres podían haber sentido eso siendo niños, pero que nunca significaba que no pudieran ser perfectamente heterosexuales, es decir, que pese a todo eso les pudieran seguir gustando las mujeres. Cuando se lo contaron, suspiró de alivio. Claro que hoy en día, el ser homosexual no es ninguna tara, ni deshonra, ni infamia, ni nada. Pero Jarvis, al sospechar que podía ser gay, se sentía ya como Andy Warhol, pero todo se quedó en agua de borrajas. “Bien, dejémonos de chorradas ahora”, pensó él, y se acercó más a donde dormía Judy. Se tumbó boca abajo sobre la cama, con la espalda (y el culo) hacía arriba, a su lado. Al estar desnudo, se podía vislumbrar su trasero, quizás de los más agradables de ver para cualquier mujer, ya que muchos hombres lo tienen bien a secas, ó regular, ó lamentable, ó de juzgado de guardia. María y Valérie le hablaban bien de esa parte de su anatomía, que a veces se afanaban en tocar, fuera durante el acto sexual ó al decir, en plan de broma y en plan chica-ataca-al-macho, “¡Vaya culo!” --Eh, Judy –le dijo él a ella, en voz baja, como si en el fondo tuviera miedo de despertarla--. Judy, mi vida... ¿Me oyes?
--¿Eh...? –dijo ella, con una voz apenas perceptible y ronca. Abrió ligeramente sus ojos color azul cielo. Frunció un poco el ceño, ya que le molestaba la luz, pese a que en aquel lado de la habitación no reflejaba mucho la luz.
--Que ya es de día, cariño –le dijo él, besándola en la frente con suavidad y haciéndole caricias en la oreja. --¿Ah, sí...? –Judy, entre bostezos, se incorporó. Las sábanas que la cubrían se fueron deslizando poco a poco hasta dejar al descubierto sus pechos. Como no es vergonzosa, y además recordaba que estaba con su nuevo ligue, no se tapó de nuevo. Aun con bastante sueño, y con una expresión en la cara como de miope, buscó el reloj de pulsera, que había dejado sobre la mesita de noche, para ver la hora que era. Jarvis decidió levantarse y sólo sentarse en el borde de la cama, ya que su amiga iba a salirse de ella. Se levantó Judy, y al estar desnuda, al no sentir nada de frío, teniendo en cuenta que era 1 de Enero y con el frío que hace entonces en la ciudad, preguntó: --Eh, ¿tienes buena calefacción aquí? Por que no hace nada de frío. Y el que hace en ésta ciudad es de cojones, tío. --Sí, Judy, es de las mejores que hay. ¿Quieres algo para desayunar, café con leche? Sé prepararlo yo. Y me sale bien.
--Gracias, Jarvis, eres un encanto, pero hoy me apetece prepararlo yo misma. Otro día me lo preparas –agradeció ella.
--No, insisto, Judy. Para mí será un placer –insistió Jarvis, con toda educación.
--De acuerdo, cariño, puedes hacerme uno. ¿Hace buen día hoy? ¿Ó se ha jodido ya?
--No mucho. Hacía mucho Sol, pero se está nublando.
--¿Amenaza lluvia?
--Por ahora no.
La chica se levantó de la cama. Se puso a andar, y Jarvis también se incorporó. Él se aturdió un poco al verla a ella desnuda, algo que ella disimuló mejor, pese a que también le aturdía un poco la desnudez de su amigo, al que encontraba atractivo igualmente. Para cambiar de tema y olvidarse de éstas cuestiones, Judy preguntó: --¿No tienes dolor de cabeza?
--No. ¿Por la resaca?
--Eso es.
--No. He dormido de un tirón. ¿Tú también, Judy?
--Sí. Oye, Jarvis, vámonos a comer, y después te presento a mi familia, ¿te apetece?
--Pues... yo... –él estaba indeciso, sin saber qué decir, y no quería para nada defraudar a su amada--. Perdona, Judy, guapa, pero es que todas mis amigas ó novias siempre hacen lo mismo. Ligan conmigo y ya quieren presentarme hasta a sus parientes recién llegados de Checoslovaquia; a sus padres, tíos, hermanos, primos... No es por nada, pero a veces tenía que saludar a más gente que el Papa en sus audiencias de todo el mes en el Vaticano. A veces, era una lata. Y no lo digo por tus parientes, que serán majísimos.
--Gracias, Jarvis. No hace falta que tengas que conocerlos a todos. A mí tampoco me mola tener que estar con tanta familia. Pero está bien que conozcas a mis padres y a mis hermanos. Ya verás qué majos. A veces se ponen plastas, pero les quiero.
--Eh, Judy –dijo él, abrazándola suavemente y rodeándola con los brazos, poco a poco--, podemos irnos a pasear, y luego a comer a un restaurante vegetariano.
--¿Eres vegetariano?
--No. Como de todo.
--Yo también.
--Lo digo para variar, para conocer sitios nuevos. Otro día vamos a uno en el que se coma de todo. ¿Te parece...? --Em... –pensó ella, dubitativa, y dijo--: No sé... creo que podríamos ir a algún cine, ó al teatro... ¿Qué te parece hacer?
--Ya lo decidiremos, tía, cuando hayamos comido. Con el estómago lleno se piensa mejor.
--Oh, qué bonito... –comentó Judy, con una bonita voz susurrante, sonriendo a su chico y mirándoselo embobada. Se dieron un morreo, así, de pie, desnudos y abrazados, que duró más de un minuto. Fue bastante apasionado, y dejaron ir sus manos a la parte del cuerpo que quisieran del otro. Sólo se limitaron a la “parte posterior” de cada uno, eso sí. Judy parecía que disfrutaba acariciando el culo de su chico, que lo encontraba suave. No fue la cosa a mayores, ya que Judy decidió que debían vestirse ya. Tuvieron antes que buscar sus ropas, diseminadas por la habitación después de aquel strip-tease de aficionados que se habían montado la noche anterior. Fue divertido para ambos escuchar al otro/a la otra preguntas tipo “¿Es tuyo éste calcetín?”, “¿Son tuyas éstas medias?” ó “Estos calzoncillos, seguro que no son míos”. Judy rió a carcajadas una respuesta de Jarvis a ésta última pregunta:
--Si las chicas no los usáis también como los chicos, entonces son míos.
Después de arreglarse, desayunaron. Además del café con leche, tomaron tostadas con mantequilla. Un desayuno normal, pero apetecible.
Judy tomaba su café con leche con una mano, y con la otra se colocaba mejor sus pendientes largos. Jarvis se la miraba con una ligera sonrisa, mientras bebía su café, igualmente con leche.
--¿Qué pasa, tío? ¿Te gusto? –preguntó ella, entre extrañada y fascinada por su chico. La pregunta parecía tener segundas intenciones, casi de provocación.
--¿Yo...? –respondió él, de golpe, temblando un poco y dejando de sonreír. Parecía avergonzarse, fruto de su timidez. --¿Ves? Ya te has puesto rojo, tío –comentó Judy, poniendo en su voz un tono de madre que quiere tranquilizar a su hijo--. Cálmate, Jarvis. No pasa nada. Tienes que tranquilizarte ó cualquier chica como yo se te comerá crudo, joder. --¡Coño, ya lo sé! Pero... pero... –parecía él molestarse por el comentario, levantando algo la voz. Intentaba explicarse, pero balbuceaba, poniéndose nervioso y soltando palabras incoherentes. Eso jodía un poco a Judy. --¿Pero... pero, qué?
--Nada, déjalo... –él quiso cambiar de tema—era una chorrada. --¿Chorrada? ¿Veis cómo sois los tíos... ó casi todos? –sentenció Judy, con cierta severidad en su voz--. Ya os hundís cuando hay cierta dificultad. --¿Y... y vosotras, qué...? –contestó Jarvis, con una voz entre aguda y chillona, que es como le salió ésta vez, quizá contraatacando a la crítica de Judy--. ¡También vosotras metéis la gamba cantidad! Y... y esto no es misoginia, Judy. Es la realidad. Os admiro mucho a las mujeres, tenéis mucho sentido común, pero... decís que fallamos en muchas cosas los tíos, pero vosotras... ¡Vosotras también! ¡Vosotras también, mecagoenlaleche! --Va, tranquilo, no te alteres. Te comprendo.
--¡Me alegro!
--No te pases.
--Eh, perdona –él pareció darse cuenta de que no quería llegar ahí, casi a insultar al género femenino. Y se daba cuenta de que se hacía un lío, que se salía del tema principal hasta meterse en un embolado de cuidado--. Estamos haciendo un... un... oh, no... –hizo una seña con la mano, como pidiendo calma y tiempo, como en el baloncesto—Déjalo, déjalo –pidió, resignado--. He querido hacerme el sabihondo, y la he cagado. Oye –se le ocurrió de repente--, ¿qué tal si nos vamos a comer y mandamos éstas discusiones a la mierda, eh? --Sí, Jarvis –contestó Judy, comprendiéndole bien--. Sabes bien de lo que hablas, pero no sabes expresarte bien. Te pones demasiado nervioso, quieres contarlo tan bien, que al final no se te entiende nada... Pero, venga, tomémonos el desayuno, y... –ella pareció reflexionar, para decir acto seguido--: ¿No es curioso, Jarvis, cariño? Ya hemos tenido nuestra primera discusión. La primera vez que nos mandamos a la mierda.
--Es verdad... La primera... y ojalá que sea la última –sentenció él.
Más tarde, se fueron a comer a un restaurante. En los Estados Unidos se come más pronto que en España, y en el resto de Europa también. En España es a partir de las dos ó las tres de la tarde, mientras que en América es a partir de la una. Como era el Día de Año Nuevo, uno de los once días festivos que hay en el país (allí conocidos como “public holiday”), muchos sitios, como tiendas, Bancos y demás, estaban cerrados. Y el restaurante aquel, por llamarlo así, era de los que sirven “fast food”, es decir, comida rápida. Jarvis y Judy no son nunca demasiado exigentes con el sitio al que van a comer ó a cenar, pero asimismo pueden comer en restaurantes mejores, como los italianos, griegos,


españoles, mexicanos, tailandeses, chinos, japoneses, etcétera. Aquí entrarían los restaurantes catalanes, que hay alguno repartido por la geografía estadounidense, como uno en Phoenix, Arizona, al que Judy fue por que Anna Oliola le llevó, en un viaje por el Estado, en donde hay el único restaurante catalán de los Estados Unidos, a no ser, claro, que hayan construido algún otro...
Bien, entraron en uno de los restaurantes de comida rápida, que no era ninguno de los que pertenece a las grandes cadenas del sector, sino uno modesto, de cuyo nombre no puede acordarse casi nadie, y se acercaron a la barra. Estaba casi vacío, con muy poca gente, ya que la gran mayoría aun dormía la resaca de la Fiesta de Año Nuevo. Pidieron un bocadillo de atún y una ensalada de lechuga, tomate y cebolla para Judy, más una hamburguesa gruesa, de dos pisos, para Jarvis.
--Esto está debuten –comentó él, con la boca medio llena--, pero mañana podríamos irnos a un restaurante francés y comernos un buen “boeuf bourguignon”.
--¿Y eso qué es? –preguntó la rubia, extrañada, ya que su francés es escasísimo--. ¿Alguna sopa?
--No. Valérie dijo que era una carne estofada, cocida a fuego lento, regada en vino tinto, y esto lo cocinan con albóndigas, cebollitas blancas y pedazos de tocino. En cuatro horas, decía Valérie, el “boeuf bourguignon” está de puta madre, Judy.
--Oh, joder, tengo ganas de tirar ésta mierda –dijo Judy, refiriéndose a su bocadillo de atún y a su ensalada de lechuga, tomate y cebolla—y comerme el “boeuf” ese. ¡No te jode...! –rió.
--¿Lo vas a tirar? –preguntó Jarvis, sonriendo.
--No, hombre, tampoco está tan mal –le pegó ella un buen bocado a su bocadillo, valga la redundancia, con una voracidad digna de un tiburón--. Me lo comeré, ya que lo he pagado. Además... está debuten, colega. Mientras masticaba, Judy no quitaba la vista de su chico, tan enamorada como estaba. Pensaba darle un buen beso con lengua, con comida y todo aun dentro de su boca, pero pensó que aquello era asqueroso, y pensó esperar para aquello a después de la comida, y que se hubiese limpiado bien la boca.
--Hey, guapa, ¿por qué no pedimos que nos envuelvan todo esto, nos lo llevamos en una bolsa y vamos al Central Park, que está cerca de aquí? Allí seguimos comiendo. Parece que ya no hace tan mal tiempo... –sugirió Jarvis. Ellos estaban aun de pie, allí en el sitio de la comida rápida. Ella aceptó, y después de poner la comida dentro de una enorme bolsa de papel, se dirigieron al Central Park, el gran parque de la ciudad de Nueva York. El Central Park tiene unos 800 metros de ancho y cuatro kilómetros de largo, con muchísimos árboles (unos 75.000), repletos de ardillas, que hace suponer que no nos encontramos en medio de una gran ciudad. Así es, si contamos la hierba, las flores y todo que parece un bosque, hace que sea como la Casa de Campo en Madrid ó el Parc de la Ciutadella e incluso algunas zonas semi-boscosas del Parc Güell de Barcelona. Se sentaron en un banco de madera y se comieron, poco a poco, todo lo que llevaban en la bolsa. Jarvis lo tenía un poco difícil, ya que la hamburguesa suya, de dos pisos, casi no le cabía en la boca, teniendo que dar bocados por donde podía. Se le ocurrió que Judy podría ayudarle, comiéndose parte de la hamburguesa al mismo tiempo que él, algo así como la escena de la comida de “La Dama y el Vagabundo”, en donde la perrita protagonista y el perro O’Malley comían al mismo tiempo un spaghetti, cada uno comía uno de los extremos, hasta que se iba acabando y estaban a punto de besarse en la boca por ello. Se lo sugirió, pero ella temía engordar demasiado, con tanta grasa que lleva la hamburguesa en cuestión. Pero como le pasa a todos los enamorados, harían cualquier cosa para tener contenta a su pareja, aunque tuvieran que arrojarse por el cráter del Vesubio. No es nada malo, la verdad.Bien, ellos se han quedado tranquilos, y mientras comían iban mirando a los transeúntes del parque, que eran desde parejas de novios cogiditos de la mano y acarameladitos hasta provocar diabetes aguda, hasta ciclistas, practicantes del “jogging” vestidos con chándal de todos los colores, jóvenes de cualquier raza oyendo música moderna por auriculares en sus orejas ó bien por radio-cassettes muy grandes, que llevaban pese a todo sobre los hombros, etc. Precisamente, cuando pasaba un joven blanco, pelo castaño, con jersey negro y pantalones vaqueros, escuchando música con una radio pequeña, que se la ponía sobre la oreja. Judy se fijó en él, por lo menos por que la música que escuchaba él era la que cantaba Bart Simpson, el niño de aquella familia tan graciosa de la famosa serie de televisión. Tarareó la música, discretamente, de manera quasi susurrante. Aun así, Jarvis le oyó.
--¿También ves “Los Simpson”? ¡Mola, tía!
--Sí, tío, mola. La familia ésta es normal, como nosotros, no como los gilipollas que a veces nos quieren vender como si fuera la familia de verdad, ya sabes, esas familias que tanto les molan a Reagan y a sus amiguetes.
--Sí, es verdad.
Más tarde, decidieron irse a la casa de ella.
Y mientras, en la casa de Arthur Genovese y Winnie Withfield (es de ella, pero viven juntos ahí, claro), aunque era ya casi las dos de la tarde, aun seguían en la cama, durmiendo. Se habían acostado dos horas más tarde que Judy y Jarvis, y como ellos, hicieron el amor. Ahora ya empiezan poco a poco a desperezarse, entre bostezos mal disimulados, que más parecen los aullidos de una ballena en celo.
--¿Qué hora es? –preguntó Arthur, con los ojos medio cerrados.
--Creo que... –Winnie miró el reloj de la mesita de noche—casi las dos.
--¡Coño! –exclamó Arthur, aparentemente con indiferencia, pero se disculpó al haber soltado un taco--. Perdona, Winnie, siempre hablo como un gilipollas.
--No pasa nada, cariño –le tranquilizó Winnie, dándole un beso en la mejilla izquierda. Dormían tapados, pero sin demasiado cuidado, por lo que a ella se le veían sus pechos, y a él su pecho, con algo de pelo--. Ya sabes que yo digo tacos a montones. Seguro que debo de ser la chica más grosera del país.
Arthur rió un poco, a escondidas y tapándose ligeramente la boca con la mano. En aquel momento sonó el teléfono. Él puso cara de desagrado, diciendo:
--¡Joder, en las novelas y en las pelis siempre pasa lo mismo: cuando una pareja está a punto, suena el teléfono! ¡No tendríamos que salir en ninguna novela!
--¿De qué novelas hablas, Arthur? –preguntó Winnie, con cara de extrañeza--. No estamos en ninguna; estamos en la vida real –mientras decía esto, descolgó el auricular del teléfono y contestó--: ¿Diga...? Ah, hola, Martin. ¿Cómo estás? Felíz Año Nuevo... ¿Cómo? ¿Y qué coño te importa a ti que si estamos en pelotas? ¿Y tú cómo vas...? Ah, tranquilo, tío... para lo que hay que ver... Es broma, Martin. Bien, ahora te lo paso. Ya hablaremos un día de estos... ¿Que para que? No, nada; para hacer alguna peli juntos... Hasta luego, Martin. Un beso.
--¿Quién es? –preguntó Arthur, extrañado.
--Es Martin Scorsese –contestó Winnie, en voz baja, confidencialmente, pasándole el auricular. --Vaya –dijo Arthur, igualmente en voz baja, con una expresión de desconfianza y el ceño fruncido--. ¿Qué querrá ahora éste tío...? Martin Scorsese no necesita presentación. Es el famosísimo cineasta ítaloamericano, director de películas ya bien conocidas por el gran público, y que en el momento en que se desarrolla ésta historia (recordémoslo, 1 de Enero de 1991), ya había hecho “Uno de los nuestros”, “Alicia ya no vive aquí” y la polémica “La última tentación de Cristo”, entre otras. No hay que citar las últimas, bien conocidas por la gente, ya que de eso no se trata aquí. Scorsese telefoneaba a su buen amigo Arthur Genovese, una amistad de muchos años, ya que se criaron en el mismo barrio de Nueva York, Little Italy, considerado uno de los barrios “étnicos”. De vez en cuando bromeaban sobre si Genovese trabajaría en alguna de sus películas, y por ello Scorsese le telefoneaba. Hablaron por teléfono durante unos cinco minutos, y luego le pasó el auricular a Winnie, ya que Scorsese le quería decir algo. Igualmente habló con ella cinco minutos más, para finalmente colgar el teléfono y dar por acabada la larguísima conversación.
Luego, Winnie y Arthur se ducharon juntos y se vistieron, haciéndose más tarde, dada la hora que era, un “brunch” casero –el “brunch” es una mezcla de las palabras inglesas “breakfast” (desayuno) y “lunch” (almuerzo), algo que los estadounidenses hacen los Domingos por la mañana, los que suelen levantarse muy tarde, después del mediodía, al haberse probablemente acostado muy de madrugada, para desayunar y almorzar al mismo tiempo. Además, los Domingos, ¿quién demonios hay que se levanten temprano?
Al acabarlo, Arthur miró la cartelera de cine en el periódico y dijo:
--Winnie... --¿Sí...? --Cerca de aquí ponen “Cyrano de Bergerac”, con Gérard Depardieu. Podríamos ver esta, ¿no? --Muy bien, chico –respondió Winnie--. Otro día elegiré yo, e iremos a ver alguna peli española. Han estrenado varias últimamente.
--¿Y por qué te gustan tanto las películas españolas? –preguntó Arthur, irónico--. ¿Quizá sólo por que allí pasamos siempre nuestras vacaciones veraniegas?
--No, tío, no sólo por eso. Allí hacen pelis buenas, y también otras malas.
--Ya, como aquí.
Arthur hizo una pausa y siguió diciendo:
--Em... no, ratita, no estoy menospreciando el cine español. Es que... es que no todas las pelis españolas que llegan aquí son buenas. He tenido que soportar algunas que eran unos plomos. No te lo quise decir por que a ti te encantaban. No quitabas el ojo a ninguna de esas, mientras yo casi me quedaba roque.
--Ya lo sé, Artie, pero me refiero a las buenas de verdad, coño. Precisamente, cuando estuve en el Festival de Venecia, allá proyectaron una que estaba bastante bien, “Boom boom” (1), una comedia muy sencilla, pero hecha con talento, un guión muy inteligente, moderna, nada de tópicos “typical spanish”, y... --...Y que estaba dirigida por una mujer, ¿no? ¿Ibas a decir eso? –le interrumpió Arthur--. Eso es lo que más te gustaba de la peli, ¿no, cariño?
--Hombre, Artie –sonrió ella--, tanto da si la dirigió una mujer como un hombre, aunque también hay que apoyar que haya más mujeres directoras, pero ya te digo que era de puta madre. Ojalá que la estrenen aquí muy pronto. --Sí, ojalá... pero ya sabes que aquí, las pelis extranjeras ya no lo tienen tan fácil como hace años. Ó que se estrenan muchas, pero hace ya la tira de años, unas cinco, diez, veinte ó más...
--Bah, cada vez se estrenan más pelis recientes. Y las españolas lo tienen fácil por los muchos hispanos que viven en éste país. Las italianas ya no tanto, pues los ítaloamericanos, por lo menos los de segunda ó tercera generación, ya no hablan italiano ni se interesan tanto por la cultura de sus abuelos.
--Podría ser, ratita...
Arthur entendió que éste ultimo comentario iba por él, ítaloamericano precisamente, el cual no puede decirse que hable un italiano de tirar cohetes, igual que su amigo Martin Scorsese.
Bien, finalmente, al ir al cine, decidieron ver una película española, pero no fue “Boom boom”, sino “Espérame en el Cielo”, parodia dirigida por Antonio Mercero sobre el general Francisco Franco, “aquel enanito que fue dictador”, como explicaban Arthur y Winnie a sus amigos, que como la gran mayoría de los americanos no saben nada ó casi nada sobre la realidad española (ni de ningún otro país, desgraciadamente). No saben ni dónde queda España, que muchos aun creen que queda por Sudamérica. Por no saber, no saben ni dónde queda Europa. --¿Sabes, Artie? –comentó Winnie sobre esto--. Ahora, ahora comprendo por qué los americanos tenemos tan mala fama de incultos, de no saber ni dónde queda nuestro propio país si lo buscamos en los mapas. --Exacto, cariño. Nadie es perfecto –sentenció Arthur.
--Ni nosotros tampoco.
Mientras tanto, Judy y Jarvis habían llegado a la casa de ella, y él vio que en su habitación había un póster muy grande de Los Simpson, con el padre, Homer; la madre, Marge; y los tres hijos: Bart, Lisa y Maggie. Jarvis miró a un lado y a otro de la habitación, y comentó:
--Anda, éstos tíos están por todas partes.
--Sí, y antes eran los Picapiedra y sus vecinos los Mármol los que estaban por todas partes. Y mañana, vete a saber... –dijo Judy.
Aquí, Judy se acordó de aquel divertido videoclip que hicieron de los Simpson, “Do the Bartman” (Haz el Bart). Si esto no fuese una novela, podríamos ver todo esto en imágenes, desde el momento en que los personajes entran en el teatro en donde actúan, haciendo una de esas funciones de fin de curso y Bart empieza a hacer de las suyas, hasta que él se da cuenta de que todo ha sido, digamos, un sueño y nada ha cambiado, haciéndose la aburrida función teatral que el colegio había pensado hacer. Después, Judy, como Bart Simpson, volvió a la realidad, pero sin ponerse triste como él, ya que tenía allí a su nuevo ligue, Jarvis Delaware, que esperaba tener desde hacía tiempo y que ahora ya tiene. Digamos que ella es tan rebelde como el hijo de los Simpson, y por eso le cae bien el personaje. Ella, en el fondo, es tan anarquista como él, con la complejidad que entraña ésta definición. Judy es rebelde e iconoclasta, aunque la mayoría de las veces, como mujer, se identifique más con Lisa, la hermana de Bart; ésta, por cierto, en el videoclip ya mencionado tocaba el saxofón, instrumento que domina como nadie, algo que a Bart no le molaba mucho. Volvió al lado de Jarvis, y después de abrazarlo tiernamente, ya pueden imaginarse lo que vino después. No nos extenderemos...
(1): Película española del año 1990, dirigida por Rosa Vergès y protagonizada por Víctor Laszlo, Sergi Mateu y Àngels Gonyalons, entre otros. Cuenta la historia de un hombre (Mateu) y una mujer (Laszlo), desengañadas de sus relaciones con el sexo opuesto y que, aparentemente, no quieren volver a enamorarse de nadie.