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divendres, 22 d’octubre del 2010

MAGDALENA SERRA: CAPÍTULO VIII (EL EXTRAÑO JUEGO DEL AMOR)


CAPÍTULO VIII:
EL EXTRAÑO JUEGO DEL AMOR



Un día hicimos una de las excursiones que nos gustaba hacer de vez en cuando, toda la pandilla de amigos, hacia el campo. Íbamos en dos coches, hacia las afueras de París. Éramos Charles, Anaïs, Georgette, Christine, Ferdinand, Jojo y yo misma.
Yo iba en el coche con Jojo, Georgette y Ferdinand. Yo y mi chico en los asientos de detrás, Ferdinand conducía y Georgette a su lado. De golpe y porrazo, Ferdinand comenzó a hablar de una cosa que marcaría, para bien o mal, todo aquello que nos pasaría aquel atardecer al campo.
--Ahora me acuerdo de un juego que hicimos en la Uni... Era muy inofensivo, pero también bastante excitante.
Yo estaba muy curiosa, y pregunté:
--¿Qué tipo de juego?
Su respuesta ya me dejó boquiabierta:
--Nosotros nos besamos todos con todos, incluso entre los del mismo sexo.
Me acerqué algo más hacía el asiento de delante, para decirle, toda preocupada:
--Eh, conozco bien este juego, y es peligroso. Imagina si tu novia se enamora finalmente de otro tío. ¿No tienes miedo de que ella te deje por otro?
--Sí, claro, pensé en eso, pero creo que lleve ningún problema. Además, a nosotros, tanto se nos da el sexo del otro. Tú podrías besarte con Georgette, o yo con Jojo.
--Tengo amigos homosexuales y lesbianas, a los cuales tengo mucho respeto –intervi-no Jojo—, y también he ido a manifestaciones de apoyo a los gays. Pero prefiero las mujeres. ¿Ferdinand y yo enamorados? ¡Hay aquí algún riesgo!
--No sé... –dije con resignación— Ferdinand, tú tienes mucha confianza en ti mismo, pero yo...
Poco tiempo después, llegamos al lugar del campo a donde íbamos. Bajamos todos de los coches, cogimos la cesta con la comida y los siete comenzamos a ojear un lugar ancho y majo en donde poder sentarnos.
Ferdinand nos reunió en grupo para explicarnos todo aquello que él creía que hacía falta contar para comprender el juego, con una mezcla entre solemnidad y hacer el chulo, mientras ponía la mano encima del hombro derecho de Georgette, la cual hacía expresión de enamorada absoluta y feliz.
--Si queréis, para este juego, tenemos bastante con compararnos con los actores. Están acostumbrados a besarse con otros, que no les pasa lo mismo. Recordad estos nombres: Juliette Binoche, Antonio Banderas, Gerard Depardieu, Robert De Niro, Audrey Tautou... Todos tienen pareja. Sólo tenemos que hacer como ellos...
A mí no me acababa de convencer aquello ni un ápice. Preocupada, me miré a Jojo, que estaba como yo.
--A mí, eso no me dice nada. ¿Qué piensas?
--Que es peligroso. Este juego es una bomba, y no se sabe qué puede llevar.
Ferdinand, en su actitud habitual de chulo, se rió ruidosamente, ante una Georgette del todo sorprendida.
--¡Ja, ja, ja...! ¡Pero qué panda de gilipollas! ¡Es increíble!
--¡Ferdinand! –dijo Georgette—. ¿Qué dices? Por favor…
--No pasa nada –dice él, acto seguido—. Perdona, Georgette, pero tus colegas son bastante miedosos. Nosotros somos adultos, no tenemos que sufrir por nada.
--¿Ah, no?
Entonces, Christine, hasta entonces callada y que se miraba todo con su habitual impasibilidad, tomó parte en la conversación colectiva:
--Este tío tiene razón. Yo fui actriz durante algún tiempo en un teatro, y los actores se pueden besar sin ningún problema. Y pasa lo mismo con los actores de películas porno. Muchos de ellos están casados y tienen hijos. Como Rocco Siffredi, por ejemplo.
--¿Tú también eres actriz? ¿Has hecho algunas obras de teatro? –pregunté yo, toda maravillada.
--Oh... –respondió ella, como si nada— Hice Tennesse Williams, Molière, Lope De Vega, Neil Simon... pero sólo era un grupo de aficionados, no profesionales. Creedme, no es peligroso. Ya no somos unos niños.
Yo me maravillé, y se lo dije:
--Qué guai, Christine. ¿Qué papel fue más interesante para ti?
--Fue en “Los Miserables”, basada en la novela de Victor Hugo.
--¿Y cual personaje hiciste? ¿Fantine? ¿Cosette?
--No, hice del Inspector Javert.
Entonces, yo me la imaginaba disfrazada como el Inspector Javert, el implacable inspector que perseguía a Jean Valjean sin descanso, sobre todo con el rostro de John Malkovich en la serie televisiva que protagonizó Gerard Depardieu como un mayor Jean Valjean. Me la imaginaba a ella con aquella gigantesca chistera de la época, de la Francia de los años 1830.
--Javert... –dije yo, haciéndola a ella una sonrisa de complicidad—. Tiene el mérito de ser original.
Ella se quedó toda cruzada de brazos, con su impasibilidad, como si no fuera de este mundo y bajando la cabeza.
Pero mientras tanto, Ferdinand quería saber si todos estábamos preparados.
--Bien, ¿podemos comenzar, entonces?
--De acuerdo, vamos –dijo Georgette.
Y Ferdinand se animó, comenzó a dirigirnos a todos como si de unas marionetas se tratase, y dijo en primer lugar una especie de canto de la primera estrofa del himno nacional francés, ya sabéis, “La Marsellaise”:
--“Allons, enfants de la patrie, le jour de glorie este arrivé!” Veamos... Joseph... tú vas con Georgette... Y Christine... ¡con Magda!
Yo me enfadé, y se lo dije, mirándomelo fijamente a los ojos.
--¿Con Christine? ¡Ya te lo he dicho, tengo amigas lesbianas, pero me gustan los hombres!
Él, con una impaciencia cada vez más evidente, y casi desesperado, contestó:
--Pero lo repito por milésima vez: esto no es más que un juego, nada serio. Yo mismo estoy dispuesto a besarme con un tío para convenceros.
Y en Jojo estalló.
--¡Bien, ya basta, ahora! ¡Deja estar tus gilipolleces! ¡Estoy harto de que tú quieras burlarte de nosotros!
Georgette estaba de acuerdo con mi novio, y ella no se creía las extravagancias del suyo.
--Tiene razón, para ya. No me gusta nada así. Nosotros estamos muy lejos de ser unos “reprimidos”, ¡pero esto es ridículo!
Finalmente, en Ferdinand, viendo que no tenía casi aliados, plegó (en catalán coloquial, renunció).
--De acuerdo, renuncio. Perdonadme. Yo sólo quería probar vuestra fidelidad con este pequeño juego, veo que vosotros lo sois y que yo fui demasiado lejos. Vuestra fidelidad es muy extraña hoy en día.
Christine, toda cruzada de brazos y con una expresión que parecía de decepción, dijo:
--Estoy de acuerdo contigo, a pesar de que yo estaba bien dispuesta a participar en este experimento... Da lo mismo.
--¿Experimento? –dije yo—. ¡Christine, los experimentos se hacen en los laboratorios con los ratones! Los experimentos, con gaseosa. Yo no soy para nada una reprimida, además de muy liberada, pero no hago cualquier cosa.
Ferdinand se llevaba la mano a la cabeza, y parecía a punto de ponerse a llorar amargamente.
--Lástima... esto podría haber sido interesante, también.
Yo le chillé:
--¡Ya basta, tú no podrás convencerme!
Y Christine, con la misma postura de antes, pero ahora bajando la cabeza, con la barbilla casi rozando sus pechos, dijo:
--Déjale estar. Todo esto ha pasado porque nos aburríamos.
Anaïs conocía el pasado de Christine y su anterior relación amorosa con Jojo, así que le dijo:
--Tú, con tal de dar un beso a Jojo, eres capaz de todo.
Los demás miembros de la pandilla hablaban también de aquello que habían visto, como Jojo y Charles:
--Estaba todo a punto de irse al garete. Tuvimos la suerte de pararlo a tiempo.
--No somos ningunos hipócritas. Hay otras formas de demostrar que somos fieles.
Georgette era casi aparte de todos, cruzada de brazos y mirándose a su novio con una expresión despreciativa.
--Ferdinand... Espero que todo esto sólo haya sido una broma, finalmente... Por que como no lo haya sido...