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dimarts, 5 de juliol del 2011

TODO ACABARÁ BIEN... SI FUESE BIEN (Capítulo XVII)
















CAPÍTULO XVII




Pues sí, alguien hacía el amor en casa de Jarvis.
Y lo hacía él con... Kimmy McFarlan.
¿Cómo se habían encontrado para acabar así, él poniéndole los cuernos a Judy, que era lo que en el fondo estaba haciendo?
Mejor que retrocedamos a dos días antes.
Kimmy había tenido que aguantar un nuevo acoso por parte de Jennifer Kowalski, la lesbiana, que seguía utilizando trucos bastante inteligentes para intentar seducir a la rubia. Al principio parecía que se había dado por vencida, que había visto que Kimmy era heterosexual y que a no ser que como por arte de magia se convirtiera en un chico guapísimo y varonil, no tenía nada que hacer con ella. Pero no podía resistirse, Kimmy era demasiado guapa como para dejarla escapar, y decidió reemprender el acoso.
Kimmy no quería saber nada de esto. Le gustaban los chicos, y nunca se le pasó por la cabeza tener una relación amorosa lésbica. Además, aun seguía sin encontrar un chico con el que tener una relación mínimamente aceptable.
Así que pocas horas antes de que Judy decidiera ir a casa de Jarvis, decidió Kimmy pasearse por esa misma calle en la que él reside, y, oh casualidad, se lo encontró. Dio la casualidad de que Jennifer, en un nuevo intento de seducción, se encontró casualmente con una amiga, también lesbiana, y se puso a hablar con ella. Kimmy aprovechó que las dos estaban en plena conversación, y además de que la amiga parecía hacerle tilín a Jennifer, para marcharse de allí.
Así se encontró con Jarvis. Como tenía cierta envidia al ver a Jennifer y a su amiga a punto de ligar la una con la otra y, seguramente, acabar en la cama, ella quería acabar de forma parecida, y al ver a Jarvis, se puso a hablar con él...
Y la pasión subió de tal manera entre los dos, que Jarvis, pese a tener novia, se dejó llevar y los dos acabaron en la cama. Para hacer lo que se supone en éstos casos.
Cuando Judy llamó a la puerta, Jarvis y Kimmy ya llevaban un cuarto de hora “en plena faena”.
Mientras hacían el amor, a los dos les quedaba de vez en cuando un resquicio para tener alguna conversación:
--Es curioso, Jarvis –dijo ella--, que antes, cuando Jenny se me quería ligar y luego le vi irse con otra chica, esa amiga suya, en un momento pensé que por qué no me juntaba con ellas y nos montábamos un trío, pero me dije que no, que a mí me molan los tíos, y... en fin...
--Sí, es curioso... pero... ¿te cae mal Jenny por que le gustas? –preguntó él.
--Hombre, no, Jenny siempre me cayó bien, pero ahora se me hace inaguantable. Siempre está ella encima de mí, pero si ella quiere tener a una mujer como compañera sentimental, que se busque otra. Yo no sirvo para esos rollos, tío.
Más cosas se contaron, pero sólo hemos seleccionado éstas como más interesantes. Las demás conversaciones, breves ó no, eran una amalgama de tópicos nada interesantes para ésta novela.
Mientras tanto, Judy siguió escuchando aquellos ruidos que oía a través de la puerta de la casa de Jarvis, como dijimos antes.
--¡Mierda...! –dijo, frunciendo el ceño.
Ahora ya lo tenía claro. Eran jadeos. Jarvis estaba con otra.
Le reprochó mentalmente a su novio lo que estaba haciendo, aunque se acordó de que ella también había hecho lo mismo con Curtis Greene.
--¿Pero qué coño nos ha pasado...? –se preguntaba, bastante enfadada tanto consigo misma como con Jarvis--. ¡Si todo iba bien, y ahora... se ha jodido! Q-quizá tuvimos algún problema, alguna discusión... ¡pero, coño, esto es demasiado! ¡Que... de golpe... nos acostemos con cualquiera!
Dijo éstas frases entre sollozos, que apenas le dejaban hablar, y dejó caer por sus mejillas varias lágrimas. De las pocas veces que lo hacía, pues Judy no acostumbraba a llorar. Pero ésta vez sentía que aquella traición por parte de Jarvis le había tocado mucho en su fibra sensible.
--Bien... ¿qué hago ahora? –se preguntó a sí misma, un poco más tarde--. ¿Pedirles que me dejen sitio en la cama, como en un vulgar “ménage-a-trois”? ¡Mierda! Ya sé que esto... que esto puede tenerlo cualquiera, y... y... y que... ¡Mierda!
Se apoyó en la puerta, cruzando los brazos, soltando un resoplido, mientras las lágrimas le caían por las mejillas. Fruncía el ceño. No sabía qué hacer.
Y así estuvo unos minutos, hasta que de golpe se abrió la puerta, y como ella estaba precisamente apoyada en la misma, se cayó de espaldas al suelo con estrépito. En la caída se llevó detrás de ella a la persona que en ese mismo momento estaba abriendo la puerta para salir.
--¡Ay...! –gritó esa persona, que Judy notó que tenía voz de mujer joven, y que le era conocida.
Judy volvió la cabeza y miró a la chica. ¿De dónde la conocía?
--Eh... ¿nos hemos visto antes en algún sitio? –le preguntó, no sin antes interesarse por ella y pedirle disculpas por haberla arrollado sin querer.
La chica en cuestión era Kimmy, claro está. Lo que pasa es que Judy no se acordaba mucho de ella.
--¿N-nosotras? –dijo Kimmy.
--Si, yo... eh, hola, Jarvis, cariño –decía Judy, que al ver a su novio, le saludó. Éste se había quedado como petrificado al ver a su novia allí. Seguramente pensaría que qué piensa Judy al ver a otra mujer saliendo de la casa de su novio. Y qué es lo que ella habría hecho allí.
Sólo pudo contestar:
--Hola... hola, Judy...
--Hola... –igualmente Judy contestó, sin entusiasmo, y sin saber qué hacer. ¿Preguntar a Jarvis el porqué de la presencia de Kimmy en su casa, por ejemplo?
--Judy, yo... –Jarvis intentaba explicárselo todo, el por qué Kimmy estaba allí, que ya suponía que se lo preguntaría.
Judy seguía sin saber qué decir. Casi no podía moverse, por estar todavía asombrada de todo aquello. Soltó un suspiro bien largo. Miró fijamente a Jarvis y le dijo:
--¿También tú...?
--¿Cómo...?
Jarvis no había entendido nada de todo aquello. ¿Qué significaba aquello de “también él”? Esperaba que ella le reprochara verse con otra mujer en su casa, pero decirle aquello... ¿Qué significaba?
--Sí, Jarvis –dijo Judy--. Veo que muy pronto tenía que pasarnos...
--¿El qué...? –él seguía sin comprender nada.
Judy volvió a soltar un suspiro bien largo. Kimmy estaba al lado de ellos, observándolos y sin atreverse a moverse, no sabiendo bien qué hacer, si marcharse, ó quedarse, ó bien tratar de justificar su presencia en la casa de Jarvis y convencer a su novia de que no le había puesto los cuernos con él.
--¿Has follado con ésta tía tan guapa, no...? –le preguntó Judy con una extraña complicidad, mirando asimismo a Kimmy de reojo.
--¿Qué he hecho qué...? –Jarvis se temía que Judy le preguntara aquello, pero no de aquella manera, como el amigote que te da codazos por haberte tirado a una tía buenísima.
--Sí, que habéis follado, que habéis hecho el amor, que os habéis quedado en pelotas... –recalcó Judy, poniendo énfasis en cada detalle—Ya sabéis cómo es eso...
Judy seguía hablando tranquila, muy tranquila, como resignada. Le costaba mucho esfuerzo soltar todo éste discurso, pero lo había conseguido.
--¿No habéis hecho el amor? –volvió a preguntar.
--Em... sí, sí... –dijo Jarvis balbuceando, y al mismo tiempo muerto de miedo y de vergüenza.
--Debería ponerme furiosa y cagarme en todo el mundo, empezando por ti y tu familia... pero no lo haré. No tendría sentido.
Jarvis cada vez entendía menos aquella extraña actitud de su novia.
--¿No te enfadas...?
--No, por que... –ahora ella parecía cortarse al hablar—por que yo... yo también he follado con otro.
--¿Qué...? ¿Tú...? –el chico creía que todo aquello era, en el fondo, una broma.
--Sí, tío. Lo hice.
Kimmy abrió la boca, sorprendida, y puede que también divertida.
--¡Caramba, tíos! –comentó--. ¡Sois la pareja folladora!
Judy le cortó en seco su “genial” frase.
--¡Tía, no digas chorradas! ¡Esto es muy serio!
--Perdona, tía... –dijo Kimmy, algo avergonzada.
Excepto en ese momento en que levantó la voz, Judy siguió bastante tranquila. Y aquello desconcertaba mucho a Jarvis y a Kimmy.
--¿N-no estás cabreada, Judy? –le preguntó él, medio muerto de miedo, y sin saber bien qué decirle, al menos para salir del paso.
--Tendría que cabrearme, Jarvis, guapo... pero ya te dije que yo... yo... también he follado con un tío.
--¡Mierda...! –gruñó él.
--¿Ves...? –remarcó ella--. Si los dos estamos igual...
--¿Igual...? ¿Por qué te acostaste con un tío, vamos a estar igual...?
Ahora el que parecía enfadado por todo esto, y con más motivos, era él. Judy lo intuyó, y le contestó:
--Eso mismo te diría yo a ti.
Veamos el detalle de que los dos hablan sin levantar la voz, aunque poco a poco empiezan a hablar cada vez más alto, como más nerviosos, aunque aun no ha llegado el momento.
Y Kimmy ya no sabía qué hacer allí, que sentía que estaba de más, que sobraba.
--Em... –dijo ella—Mejor me voy a mi casa y os dejo...
--No, chica, quédate aquí –dijo Judy, parándola, sin acordarse de su nombre.
--¿Tienes algo que decirme?
--Quizás. A ti y a Jarvis. Siéntate.
--¿Sentarme...? ¿En dónde? –Kimmy miró a un lado y a otro de la casa de Jarvis, por lo que se veía al fondo, desde la puerta.
--En donde quieras –contestó Judy.
--Gracias.
Entraron en la casa. Fueron a la salita. Kimmy se sentó en una silla. Jarvis y Judy en el sofá.
Kimmy no sabía tampoco ahí qué hacer. Les miró fijamente.
--¿De verdad no te has acostado con un tío? –volvió a preguntar Jarvis.
--Sí, con uno que conocimos cuando estuvimos en casa de los padres de George... y ésta chica –miró a Kimmy—estaba allí. ¿De verdad?
--Sí, había venido... –contestó Kimmy—Eh, ¿cómo te llamas...?
--Judy. ¿Y tú?
--Kimmy.
--Mucho gusto, guapa. Ya sé que es una cursilería del carajo, muy vista, pero...
--No te enrolles, por favor... –pidió Kimmy, estrechándole la mano.
--¿Habías visto otra vez a Jarvis?
--Pues... no, hasta hoy.
--¿Y cómo se llama el chico con el que te lo has montado, Judy? –preguntó Jarvis.
--Curtis Greene.
--¿Lo has visto otras veces?
--Varias. La primera, en el bar en donde trabajo; la segunda... en el despacho de Winnie, en donde él quería conseguir un papel en su nueva película, aunque fuera de extra... y la última, ayer...
--¿Curtis hace una película? –preguntó Kimmy.
--Sí, con la directora Wiinie Withfield, la feminista, que... bien, quería decir que la última vez que le vi fue ayer.
--¿Pensabas verle otra vez? –preguntó Jarvis, ya hablando todos como si no fuera nada grave aquel asunto del “ménage-à-quatre”.
--Eh... sí... pero luego quería verte, Jarvis... Escúchame, creo que todo esto ha sido un simple traspiés. Cualquiera puede tenerlo –casi suplicó Judy a su novio, que seguía con una cara de escepticismo a tope.
Judy quería decir que aquello había sucedido por que nadie es perfecto, aunque ellos ya lo entendían, eso lo sabe ó lo intuye cualquiera, sin palabras rayanas en el tópico. Los tres se quedaron callados nadie sabe cuánto tiempo. Quizá un minuto... ¿Ó mucho más de un minuto? Nadie lo sabe con exactitud, ni siquiera ellos. Estaban avergonzados y desconcertados con la experiencia vivida.
Después fue Kimmy quien rompió el largo silencio para decir, quizá como bromeando:
--¿Sabéis...? Si pudiésemos montarnos un “ménage-à-trois”, como dicen los franceses... ó “à-quatre”, si añadimos a Curtis, entonces podríamos... podríamos arreglar éste jaleo.
--Sí, así podría ser... –dijo Judy, con voz monótona, sin saber bien qué tono poner al contestar—Pero es una utopía...
--A mi me parece lo mismo, una utopía... –dijo Jarvis—Pero estamos todavía en los tiempos de las utopías... Pero... no me parece tanto una utopía. Sé que parece absurdo, pero...
--A mi tampoco me parece utópico –dijo ahora Kimmy--. Unas amigas mías han probado relaciones así en plan triángulo amoroso ó libres, y les ha ido bien.
--¿Un triángulo...?
--Sí, ó un cuadrilátero, ó un pentágono, ó un sexágono... qué sé yo. Eso es lo que me decían, aunque ahí soy escéptica, no me creo mucho eso.
--Yo tampoco –dijo Judy.
--Ni yo –dijo Jarvis.
--Que con la liberación de la mujer –siguió diciendo Kimmy—ya nada es como antes.
--Eso es verdad –recalcó Judy.
--Estoy de acuerdo –dijo asimismo Jarvis, el cual siempre había estado de acuerdo con muchos postulados feministas.
Siguieron hablando de ello largo rato, pero ahora volvamos con una chica de la cual ya habíamos hablado en otro capítulo de la novela, como una de las ex novias de Jarvis, la francesa Valérie Chévenement, que ahora estaba en su casa, deprimida por que había fracasado su relación con su última pareja, un compatriota suyo llamado Paul Théroux, un chico con tendencias bisexuales, que a Valérie le caía bien por que, además de ser muy atractivo y a la vez muy sensible y tierno, respetaba a las mujeres. Pero la cosa, que empezó como un cuento de hadas, se acabó hundiendo. Poco a poco, pero se hundió.
En su depresión, en meditar profundamente sobre lo absurda que es a veces la vida, se le ocurrió escuchar en su tocadiscos la inmortal marcha de tono circense que el músico italiano Nino Rota había compuesto para la película “Ocho y medio” de Federico Fellini. El tono, como hemos dicho, circense de dicho tema musical era adecuado, según Valérie, para ilustrar lo absurda que llega a ser la vida con sus complicaciones agobiantes, incluso en detalles en apariencia nimios, y sus sinsentidos.
No sabía con quién salir. Pensaba en su ex, en Jarvis Delaware, pero... no, éste no; ahora tiene novia, Judy Raines. No obstante, quería hablar un poco con él, como buenos amigos simplemente, claro, y ver si los tres (Jarvis, Judy y Valérie) podían salir por ahí a tomar unas copas y a conversar.
Pues esto mismo hizo. Descolgó el teléfono y marcó el número de la casa de él. En aquel momento, allí aun seguían con el mismo tipo de conversación Jarvis, Judy y Kimmy.
Jarvis fue a contestar la llamada, por supuesto sin saber aun quién era, descolgó el auricular y contestó:
--¿Diga...? ¡Ah, hola, Valérie...!
Judy se sorprendió.
--¿Valérie...? –se dijo, mirando fijamente a Jarvis mientras conversaba telefónicamente con la tal Valérie. Y se acordó entonces--: Ah, claro... aquella chica francesa... su ex.
Kimmy, claro está, no conocía de nada a la tal Valérie. Por eso se sintió incitada a tener más curiosidad en saber quién era esa francesita que la que tenía Judy. Y por lo tanto escuchó con atención lo que decía Jarvis, hablando con Valérie por el auricular:
--...Hacía tiempo que no hablábamos. ¿Qué haces ahora...? Ah, bien... Ahora estábamos hablando... ¿Quiénes...? Em, yo, Judy y una amiga nuestra... Se llama Kimmy... ¿Cómo...? ¿Qué quieres venir a visitarnos...? Pues ahora mismo... ¿u otro día...?
Quedaron de acuerdo para verse allí otro día, para salir ó para dar un paseo. Pero todavía quedaba por resolver el problema más importante entre Jarvis, Judy y Kimmy: ¿Qué harían ellos para resolver el maldito problema de las relaciones sentimentales digamos triangulares, es decir, con más de una persona a la vez? Que ahora no es tan fácil romper con Kimmy (Jarvis) y con Curtis (Judy)... aunque Curtis todavía no sabe que Jarvis ya tiene noticias de su polvo con la rubia. Ella tiene que telefonearle ó verse con él para contárselo.
Como no se le ocurría nada, decidieron cada uno/a irse a su casa (excepto Jarvis, claro, que ya estaba en la suya).
Ya cenando, Judy reflexionaba sobre su experiencia aquel mismo día, y al mismo tiempo comía. Conseguía disimular ese malestar que le carcomía por dentro con una admirable entereza, fruto de sus estudios de Arte Dramático. Su hermana Kathy no se dio cuenta ésta vez de que algo le preocupara mucho. Además, aquel día coincidía que volvía a estar acaramelada perdida por su Tommy del alma. Éste no estaba allí en ese momento, observémoslo, pero Kathy tenía una cara que parecía la de una adolescente recién enamorada, y se le veía una sonrisa feliz en el rostro, lo que le ayudaba a comer tranquilamente.
Judy, pese a su “meritoria” interpretación de mujer tranquila, contenta y sin problemas no conseguía a veces llevar ésta farsa a donde quería, ya que ver a su hermana tan alegre le recordaba que, en cambio, ella no iba tan bien en lo sentimental. Aquello de Jarvis poniéndole los cuernos con otra le hacía mucho daño. Y sabía que a Jarvis también le haría lo mismo su aventura con Curtis.
No obstante, intentó reanimarse con una conversación sobre lo que emitía en ese momento la televisión. Era una de aquellas series que en el argot popular norteamericano se denominaban “soap-opera”, es decir, los seriales larguísimos tipo “Hospital General”, “Dallas” ó “Dinastía”. Al aburrirse por que la serie que daban no le interesaba lo más mínimo, Judy sugirió:
--¿Por qué no cambiamos de canal, por favor? ¡Ésta serie es un rollo!
--Judy, cállate, no seas rollo tú –le respondió Ralphie, un poco a guisa de pequeña riña contra su hermana.
--¿Yo un rollo...? ¿A ti te gustan éstas mierdas?
--Sí –dijo categóricamente Ralphie--. Por lo menos no son como esas mierdas que tanto te molan, como “Twin Peaks”, “Los Simpson” ó “Murphy Brown”.
--¿Ya os llamáis “mierdas”? –les preguntó Kathy, divertida por el pequeño “match” dialéctico que se montaban sus hermanos, algo que hacen de vez en cuando a consecuencia de las grandes diferencias de opinión que tienen.
--Sí, hermana –contestó Judy--. ¿Por qué no me ayudas?
--¿Las chicas siempre os solidarizáis? –preguntó irónicamente Ralphie.
--Si no hay remedio, sí –sentenció Judy.
--Hay chicos mucho mejores que tú, mierdecilla –dijo Kathy a su hermano, con una mirada y una sonrisa irónicas asimismo.
--¿Mierdecilla yo...? ¡Tururuú! –contestó Ralphie.
Después de un largo rato de mofas, burlas, befas y demás muestras de cómo ridiculizar al prójimo por ambas partes, Ralphie decidió pirarse a su habitación. Les dejó a las dos hermanas allí, solas, para que pudieran ver más tranquilas el programa televisivo. Luego vino allí Ralph, el padre, que vio con sus hijas otra serie, una de humor, la clásica “sit-com”, la comedia de situación, esas grabadas en un estudio íntegramente, con público asistente como si fuera un teatro, rodada como casi todas ellas en Hollywood, aunque el argumento de cada una transcurre casi siempre fuera de California, en lugares como Nueva York (caso de “Juzgado de guardia”), Chicago (casos de “Cosas de casa” y “Primos lejanos”) ó Miami (como en “Las chicas de oro”). La veían más por que salía un actor que es amigo de ellas: Arthur Genovese, el novio de la cineasta Winnie Withfield, y es ahí en donde se ha hecho famoso, con papeles en series de televisión.